Desacelerar
En medio de todo lo que estamos pasando y está
ocurriendo a nuestro alrededor, alguien me hizo la pregunta, ¿Qué es lo que te ha enseñado esta cuarentena? Seguramente a cada uno de
nosotros nos está enseñando algo distinto. Muy probablemente así como yo, ustedes
también hayan tenido que dejar de pisar el acelerador y por consecuente ir más
despacio, mucho más de lo que en algún otro momento necesitamos hacerlo.
Todos en algún punto nos hemos puesto a pensar
en las cosas que no estamos haciendo, las que podríamos estar haciendo o las
que dejamos de hacer por toda esta situación que nos rebasa por completo y se
sale de nuestras manos. Así que bien, respondiendo a esa pregunta inicial sobre
qué fue lo que he aprendido de esta cuarentena, sería sin duda alguna, el
aprender a no dar las cosas por sentado. Y es que ahora que lo pienso ¡Qué mala
manía es esa!
Estamos tan acostumbrados, tan inmersos en un
mundo, que se ha vuelto sobre todo muy individualista, en donde creemos que
vamos por la vida teniendo el control absoluto de las cosas. Hasta cierto punto
nos volvemos un tanto inconscientes del mundo que nos rodea, no en el que
creemos que vivimos (que en gran parte vemos lo que nosotros queremos), sino en
el real, el que está lleno de tantas cosas que simple y sencillamente damos por
hecho. En donde los pequeños detalles y las cosas tan simples pero bellas como el simple hecho de estar vivo, de estar sano o de poder reír con las personas que amamos, pasaron a ser parte de una lista de cosas que sabemos
siempre estarán ahí. Como ese café con esos amigos a los que vivimos aplazando,
ese abrazo a nuestra familia o ese té calientito que prometemos tomar cuando
tengamos tiempo, leyendo ese libro que lleva meses arrumbado en un cajón.
Hoy, en medio del caos y al mismo tiempo de la
calma, nos encontramos con la incertidumbre de no poder llamarnos dueños de
nuestro destino, de no poder tomar las riendas y decir ¡Hoy voy a inscribirme
al gym!, o ¡Este cumpleaños si pienso celebrarlo! Es en este momento y ante
estas circunstancias que no tenemos ni voz ni voto para poder realizar esas
cosas que siempre dijimos que haríamos y que creímos que podíamos aplazar
indefinidamente, como si nosotros fuéramos de algún modo infinitos.
Por eso les decía que es realmente una mala
manía el creer que de algún modo resolveremos las cosas o estas se acomodaran a
nuestro antojo. Hoy al encontrarnos ante algo tan desconocido para muchos de
nosotros, nos damos cuenta de nuestra fragilidad y de lo vulnerables que en
realidad somos. Quizás y sea esa dosis de humildad que a veces rechazamos,
probablemente es también ese llamado urgente de agradecimiento, ese despertar
de consciencia en donde nos damos cuenta de lo afortunados que somos en muchos
aspectos de nuestras vidas, y sin lugar a dudas una oportunidad para demostrar
nuestra solidaridad con los más desfavorecidos.
Así que para bien o para mal, y entre todo este embrollo de emociones, nos queda por fin, tiempo, tiempo para realmente sacudirnos un poquito los pretextos y desempolvar todas esas cosas que hemos venido aplazando. Hoy cuando lo que nos salva es la distancia, irónicamente descubrimos que se sienten tan cerca las personas que realmente
importan.
Tiempo para encontrarnos con nosotros mismos y preguntarnos de qué manera todo
esto nos está transformando a cada uno. Tiempo para agradecer y valorar todas
esas cosas que hoy extrañamos pero aún más las que tenemos.
No sé, pero hoy al pisar el freno, y poder
detenerme, he tratado de mirar más a mi alrededor para poder admirar más del
paisaje, y me pido de alguna manera recordar esto, para que en el momento que
pueda echar andar de nuevo, pueda ir con más calma, sin tanto apuro, con un
poco más de consciencia sobre la vida que llevo y quiero vivir, con más amor a
la vida y más ganas, pero sobretodo me pido no olvidar esta gran lección para volvernos
más humanos y reencontrarnos con tantas cosas que estaban ausentes. De sentir y agradecer los rayos de sol en la espalda o
esa brisa en medio de un día caluroso, de abrirnos un poquito más al mundo y
darnos chance de ser una mejor versión. Ojalá que cuando todo esto pase, no
seamos los mismos que íbamos derrapando sin importar quién más iba en el
carril, no, ojalá que seamos mejores, que seamos capaces de parar y
preocuparnos por algo más que nuestros propios intereses.
Porqué al final del camino, no va a importar
quién va más rápido o quién llegó primero, sino, si disfrutamos de las bellas
vistas y de los preciosos atardeceres, si aprendimos a disfrutar de la música y
a cantar sin pena, si fuimos capaces de detenernos porque alguien necesitaba de
nuestra ayuda. Y es que quizás no sea necesario llegar al final para poder
entender que las cosas más importantes son esas que siempre hemos dado por
hecho.